la suerte suprema

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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 17 de junio de 2011

OXÍMORON, FIGURA RETÓRICA / Por BENJAMÍN BENTURA REMACHA

La literatura taurina es un oxímoron en su sentido más amplio, pues una de las características
de la literatura es la permanencia, y la de la lidia, es la fugacidad. (Foto: Monumento a Silverio Pérez)
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OXÍMORON, FIGURA RETÓRICA


BENJAMÍN BENTURA REMACHA
Zaragoza, 16 de Junio de 2011.-
No lo cuenta el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, pero sí doña María Moliner que en esto de la palabra era un fenómeno. No se atenía a la norma, como Juan Belmonte, y por eso incluye en su Diccionario de Uso del Español la palabra oxímoron que define como la figura retórica que surge de la unión de dos palabras de significados contrapuestos, como por ejemplo que le nieve ardía y el fuego se helaba, que, en mi ignorancia, achacaba su uso el invento del señor Bergamín que, al final de sus días, se fue al infierno abrazado a la ikurriña. Qué lástima, ¡con lo que le gustaba Rafael de Paula! Con ese buen paladar no se puede uno afiliar a la ETA. El caso es que a veces me obsesiono con los temas y les doy más vueltas que a una peonza de aquellas que se lanzaban al duro suelo con el impulso de la cuerda enroscada a su panza. Por ello he llegado a la conclusión de que no es Bergamín el promulgador de los “oxímorones” de los tiempos modernos puesto que, mucho antes de que Bergamín contara lo del de la Paula sin ruido y sin voz, existía una jota navarra que contaba “que la nieve ardía y el fuego se helaba y que, por soñar imposibles, en lo alto del Pirineo soñé que tú me querías”. Y puesto a recordar, pese a mi provecta edad, llegué hasta 1964 y rememoré un artículo que publiqué en FIESTA ESPAÑOLA, en el que aseguraba que Manuel Benítez “El Cordobés” había acabado con la fama de don Alfredo gracias a la ingeniosa proyección que había programado don Rafael (El Pipo), a la maduración de ese invento y a la respuesta del propio protagonista, que hasta había conquistado El Pardo una tarde junto a “El Litri” y los caballeros Bohórquez y Domecq ante la presidencia del inquilino del citado palacio y pese a los revolcones y atropellos que sufrió el de Palma del Río y que a mí me llevaron a evocar en la crónica subsiguiente la figura de El Piyayo. Ahora, ante la metamorfosis política del señor Rubalcaba, me he enterado, creo que por la palabra del señor Burgos, que, por entonces y ahora, en España solo hay un don Alfredo: Di Stefano, futbolista del Real Madrid que se retiró ese año de 1964.


Y, acomodado en el Olimpo de mis recuerdos, quiero agradecerle a Woody Allen que en su última y deliciosa película “Midnight in Paris” (“Medianoche en París”, más en castizo) haga una evocación de los años 20 en la capital francesa y rememore las figuras de Hemingway y su consejera taurina Gertrude Stein, que le recomendó que fuera a Madrid a los toros y viera una corrida en la que actuaban Nicanor Villalta, “Gitanillo de Ricla” y “Nacional”, tres aragoneses, y prendiera en él su demostrada afición a los toros, y las figuras no menos interesantes de Picasso, Dalí y Buñuel, con el aditamento torero de don Juan Belmonte, inspirador áulico de los intelectuales. El señor Allen me emociona hasta tocando el saxofón.


Vuelta a nuestros tiempos, como en la película. He visto alguna muestra de la corrida de la Beneficencia y he escuchado expresiones que me llevan a exagerar la vigencia del oxímoron cuando un comentarista dice que un torero escuchó silencio o que el toro, al sentirse podido, protestó. De esa corrida de la Beneficencia, que, desde luego, no resultó brillante yo me quedé con la faena de Juan Mora al cuarto toro de Victoriano del Río, la gracia con la que el extremeño, por delante, se lo llevó a los medios y lo dejó en el sitio con un leve remate. No tenía mucho fundamento el toro, pero todo lo que le hizo Mora fue con talento y gracia. Nada de repetir la faena al uso de tantos derechazos y naturales en diversas series y sus correspondientes remates sino todo sutil, alado, leve y profundo (otro oxímoron), sin violencias ni crispamientos. La armonía callada de un torero angelical, sin alas pero con alma. La crítica importante se fijó más en la pelea técnica de “El Juli” con sus dos toros o en los detalles artísticos de Morante que, dada su idiosincrasia, no pueden faltar. Pero yo me quedo con la tarde de Juan Mora y su decisión con la espada en sus dos toros, en el primero a cambio de un puñetazo en la boca a punto de empitonarle por un ojo (todavía hay milagros) y en el cuarto, citando a recibir y matando al encuentro o a un tiempo, suertes también meritorias. Y todo propiciado porque Juan Mora es el único matador de toros del amplio escalafón, que puede que llegue a los 250 componentes, que torea con la espada de auténtico acero toledano. Ven ustedes, pues me fui tan contento para mi casa después de departir y repartir buenos tragos de buen vino y conversaciones y controversias civilizadas con don Luis, don Jesús, presidente de la Peña “Herrerín y Ballesteros”, don Ramón, el Gran “Romito”, torero, Sagrario, jubilada de maestra y cada vez más puesta en el tema taurino, su esposo Vicente, comisario de la policía científica, Luis Alfonso, detective, y el colombiano Andrés que, como tal colombiano, habla un buen español pese a “Sesar” ( Rincón) y sus toros y el que lleva la cuenta de nuestros trasiegos vinícolas. Al final, viene Alberto, jefe de sala, y nos alivia con unas tapas de buen queso. Así vivimos la Feria de San Isidro y otras ferias en el mesón más taurino de Zaragoza, el “Mesón del Campo del Toro” que fundaron dos toreros que murieron jóvenes, Fernando Moreno, que probó todos los palos del toreo, matador de novillos, banderillero, picador y rejoneador en bicicleta y disfrazado de orangután , y Jacinto Ramos, cordobés, emigrante en Zaragoza, en donde hizo sus intentos de llegar a figura del toreo, y que amplió sus aventuras hasta desembarcar en tierras americanas e iniciar su profesión de excelente restaurador. Gracias a su hija, Cristina, y el esposo de ésta, Dani Cascán, gran cocinero tudelano, se mantiene con toda devoción el aroma taurino del “Mesón del Campo del Toro”, que es como se llamaba desde siglos el terreno donde está el establecimiento, junto a la iglesia del Portillo y en los alrededores de La Aljafería, antiguo escenario de las justas de caballeros y toros, lanzas y armaduras. Una recomendación: el que no lo conozca que vaya a ver el Palacio de La Aljafería, se sorprenderá. Luego, unas verduras de nuestras huertas y un rabo de toro a la cordobesa. Buen vino, el postre delicado y el café las copas y el habano en la obligada terraza de estos tiempos. Buen menú, señor.


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