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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 27 de agosto de 2013

La espada de Damocles se posa sobre Fuente Ymbro / Por Antonio Petit Caro


Un toro de Fuente Ymbro en la reciente feria de Málaga

El primer diagnóstico se inclina por atribuirlo a una especie de intoxicación alimentaria. Según el propio ganadero, a eso puede deberse el mal juego de sus toros en las cuatro corridas lidiadas en los últimos días. Con toda sinceridad Ricardo Gallardo lo ha explicado, y aún dará más explicaciones cuando los veterinarios terminen su diagnóstico. Pero de las propias explicaciones nacen las dudas: si tan clara está la causa, ¿cómo fue posible que tales corridas se embarcaran en el campo con destino a plazas que además eran de primera?, ¿no hubiera sido más lógico renunciar a lidiarlos?. Esa y no otra es la espada de Damocles que se ha posado sobre Fuente Ymbro, una ganadería respetada porque ha conseguido que eso de la "toreabilidad" sea compatible con el encastamiento.

A propósito de la intoxicación alimentaria
 La espada de Damocles se posa sobre Fuente Ymbro

Antonio Petit Caro
Salvo en la previsión reglamentaria del tope en la edad máxima para la lidia, el toro bravo no tiene ni fecha de caducidad, ni viene garantizado por una Denominación de Origen oficial y vinculante. Sin embargo, de ambos conceptos hay algunas cosas que aprender.

Ahora tenemos un caso práctico muy interesante. Se trata de Fuente Ymbro. Con una sinceridad que le honra, Ricardo Gallardo ha reconocido que su ganadería se encuentra afectada por una enfermedad, procedente probablemente de algún componente en su alimentación, que hace que su juego resulte muy deficiente, como ha quedado acreditado en las últimas cuatro corridas que ha lidiado.

Incluso en el caso más reciente, el de Bilbao, de antemano reconoció su gran preocupación por el mal juego que iban a dar sus toros, como luego ocurrió. Además de tener el buen detalle de elogiar a los toreros de aquel mano a mano por, dentro de lo que cabía, haberle salvado la tarde, ha anunciado que en breve dará a conocer todos los datos de lo que viene ocurriendo en su camada, una vez que los veterinarios concluya el estudio correspondiente.

Desde luego este caso nada tiene que ver con el de los yogures caducados, que por lo visto tanto gustan y alimentan al ministro de Agricultura. Aquí no se trata en ningún caso de un problema de salud pública. Primero porque los ganaderos de bravo tiene muy acreditado su grado de responsabilidad en semejante materia. Segundo, porque los controles sanitarios previos a que las carnes lleguen a los frenan toda posibilidad. Durante varios años se estuvo mandando al crematorio a las reses lidiadas por aquello de las vacas locas y nadie puso ninguna objeción. Hasta las orejas que se habían concedido a los toreros eran recogidas por la autoridad, para que ni eso se causara el menor atisbo de problema.

De lo que aquí se trata es de otra cosa. Por decirlo de alguna manera, se refiere al sentido de la responsabilidad del criador. Ni es la primera vez que ocurre ni desgraciadamente será la última, porque antecedentes de este tipo de afectaciones en una ganadería ha habido bastantes. Sin ir más lejos, recordemos el purgatorio que pasó hace unos años Samuel Flores y el que le afectó más tarde a Victorino Martín. Ninguno de los dos siguió adelante como si nada pasara: renunciaron a lidiar en todo o en gran parte sus camadas.

En el caso actual de Fuente Ymbro, una ganadería que había conseguido dar ese punto de encastamiento tan necesario a sus toros, a nadie beneficia que tenga ahora problemas a la hora de lidiar. Sin embargo, hay una pregunta en el aire: si la enfermedad está ahí, ¿por qué se embarcaron esas corridas y para plazas de primera, además?, ¿no habría sido más lógico, por respeto a sí mismo, a los toreros y a la afición, haber renunciado a lidiar?

Esa es la gran cuestión a responder. ¿Qué cayéndose del cartel organizaba una verdadera avería a las ferias? Sin duda que es así. Pero por respeto a los toreros y a los aficionados, al menos se abre un amplio campo para las dudas porque, sabiendo lo que ocurre, no se haya advertido previamente y se hayan adoptado las medidas que correspondan. Es un ejemplo propio de ese concepto tan definido que es el de “causa mayor”.

Guarda relación con eso ese derecho que reglamentaria corresponde al aficionado: “la integridad del espectáculo” para el que se saca la entrada. Y es evidente que una camada con cualquier clase de enfermedad, no resulta compatible con tal integridad.

Difícil coyuntura la que tiene por delante Ricardo Gallardo. Su propia sinceridad, que es muy de agradecer, le reduce el campo de decisiones: si finalmente los veterinarios definen los males que afectan a la camada --que, según su propia confesión, se ha comprobado que merman las condiciones de sus toros para la lidia--, no le quedaría otro remedio que adoptar una decisión drástica. Es duro y es difícil. Pero es lo que hay.

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