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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

lunes, 29 de diciembre de 2014

La pierna de Antonio Sánchez "El Tato"


Recreación en las páginas de "La Lidia" de la cornada de "El Tato"


Antonio Sánchez, "El Tato", era natural de Sevilla, donde nació el 6 de febrero de 1831. En el toreo se inició como puntillero de Juan Lucas Blanco, pasando luego por todo el escalafón. En octubre de 1953 tomó la alternativa en Madrid de manos de Cúchares y pronto figuró en los carteles importantes, especialmente a partir de 1857. Un toro de Vicente Martínez le provocó un grave percance en Madrid en 1869, como consecuencia del cual hubo que amputarle la pierna derecha. Aunque hizo hasta tres intentos por volver utilizando una pierna ortopédica, fueron siempre intentos fallidos. En este trabajo, el estudioso Plácido González reconstruye la historia vivida a raíz de la cornada de Madrid.
Como cuenta Plácido González, corría el año 1869 cuando la Diputación Provincial de Madrid dispuso se organizase una corrida de toros para el lunes 7 de junio, con el fin de “solemnizar la promulgación de la Constitución”, publicada el día anterior, domingo 6, que fue elaborada tras el triunfo de la Revolución de 1868, en la que se destronó a la reina Isabel II, revolución conocida como “la Gloriosa” o “la Septembrina”, cuya presidencia del gobierno fue asumida por el general Prim; constitución que estuvo vigente durante el reinado de Amadeo I, a la que se conoció como la primera “Monarquía parlamentaria”.

Resulta que la mencionada corrida del 7 de junio se organizó, como muchas de las de aquella época, para que se corrieran 6 toros por la mañana y otros 6 por la tarde. El cartel de la mañana, que dio comienzo a las diez, lo componían, por orden de antigüedad, “El Tato”, “Lagartijo” y A. José Suarez. Los toros fueron dos de D. Antonio Miura (1º “Caramelo” y 5º “Tablones”), otros dos de P. de la Concha (2º “Banquero” y 6º “Caparrota”) y dos más de V.R. y García (3º “Lamparillo” y 4º “Rosaito”), los cuales recibieron en total 58 varas, 18 pares de banderillas y dos medios pares, matando 10 caballos y fueron despachados y pasaportados al desolladero tras recibir 19 estocadas.

El sexto toro de la mañana tuvo que ser estoqueado por “Lagartijo”, ya que el matador José Suarez, en el tercer toro: “sufrió una herida, trasversal en la dorsal del dedo anular de la mano derecha, que interesa dividiendo la piel y el ligamento exterior, cuya lesión le imposibilitó de continuar trabajando. El espada salió con la mano ligada y colocada esta en un pañuelo que llevaba, suspendido del cuello”.

En la corrida de la tarde, que dio comienzo en la hora taurina por excelencia de las cinco de la tarde, el cartel estuvo compuesto por “El Tato”, V. García Villaverde y “Lagartijo”. Se jugaron seis toros de la afamada ganadería de Colmenar Viejo de D. Vicente Martínez, cuyos nombres, por orden de aparición en el ruedo fueron los de “Sanguijuelo”, “Reagero”, “Murciano”, “Peregrino”, “Peinao” y “Cachirulo”, a los cuales le enchufaron 61 varas y mataron 11 caballos, además le pusieron 17 pares de banderillas y 5 medios pares, matándolos de 16 estocadas. La corrida registró un lleno completo y fue bastante regular y más igual, distinguiéndose el tercer toro.

El cuarto toro de la tarde, de nombre “Peregrino”, que era según la prensa de la época era “castaño y bien colocado”, cogió al Tato al entrar a matar por tercera vez, y con el cuerno derecho le suspendió y volteó, infiriéndole una cornada de cuatro centímetros de longitud por tres de profundidad en el tercio superior de la pierna derecha… Se dijo entonces que el toro mantenía fresca en las astas la sangre de un caballo enfermo de “arestín”, y que este virus había infectado la herida.

Sánchez de Neira nos informa que el toro era “terciado, delante de los tableros de los 5 y 6 de la plaza vieja que hubo en las afueras de la puerta de Alcalá, con dirección al toril, poco más o menos en el mismo sitio en que fue muerto Pepe Hillo, el Tato, sin tener en cuenta la mala condición del bicho, sin reparar en que estaba humillado, y arrojándose al volapié ceñido, sin vaciar con la muleta, vicio que le costó en su vida infinitas cogidas, fue empuntado por la rodilla derecha, herido y volteado”.

Tanto de la operación como de los diversos y dolorosísimos tratamientos se lo realizaron en el domicilio que el torero tenía en Madrid, en la calle Espoz y Mina. Las simpatías que el joven lidiador tenía en Madrid se manifestaron permanentemente durante todos los días de la curación, y su casa estuvo invadida de día y de noche por personas de todas las clases sociales, no solo para saber de su estado y evolución, sino para mostrarle sus simpatías y cariño.

La pierna amputada del “El Tato” había sido llevada para colocarla en una vasija de cristal, con los espíritus necesarios a su conservación, a la gran farmacia que en Madrid se hallaba situada en la calle de Fuencarral. Una noche, a primera hora, se declara un incendio en dicha casa que arrasó no solo el edificio sino la propia farmacia. La gente, y gran número de aficionados, acudieron para intentar salvar la reliquia, que fue materialmente imposible dada la gran magnitud del incendio.

A pesar de la invalidez que padecía “El Tato”, trató por todos los medios poder volver a torear y, para ello, no reparó en gastos ni en acudir a todo tipo de artesanos, hasta que, como dice “El Diccionario de toreros” de la omummetal enciclopedia de José María de Cossío: “Un ortopédico le hizo una pierna artificial ingeniosamente articulada, con la que se forjó la ilusión de poder volver a las faenas de la lidia. Probó fortuna la tarde del 14 de agosto de 1871, en Badajoz, intentando dar un lance al toro cuarto. Tuvo que desistir de su empeño, sentándose llorando en el estribo de la barrera. Vestido de torero quiso volver a hacer la prueba el 4 de septiembre en Valencia, pero el público no le consintió intentarlo. El rey Amadeo de Saboya, que presidía, llamó a su palco al diestro, atendiéndole y consolándole con suma benevolencia. Aún vistió el traje de luces en Sevilla el 24 de Septiembre del mismo año. También el público le hizo desistir de su propósito de torear”.

Fracasados esos intentos, como decía Sánchez de Neira: “Había muerto para el toreo uno de sus más diestros adalides, y para Madrid, el más querido de los toreros”.

Con sus frustraciones a cuesta y hundido el sentimiento, camina desconcertado y tarumba por la vida, viendo como la gloria y fama conseguidas le abandonan, se alejan y difuminan hacia un incierto y nebuloso atardecer.

Cuentan que, muchos de sus últimos compañeros de trabajo, le oían lamentarse de su mísera situación, al tiempo que, llorando, exclamaba “¡Si Peregrino me hubiese dejado en la Plaza!…”, añorando, no aquel toro fatídico, sino la gloria desvanecida que se esfumó aquella trágica tarde del 7 de junio de 1869.

Aquel o personaje, que un día fue figura de la torería e ídolo de los aficionados, que “tocó la Gloria con los dedos”, murió pobre y olvidado de todos, en su Sevilla natal, un día jueves 7 de febrero de 1895, cuando ya su desvencijado y mutilado cuerpo no pudo soportar por más tiempo el peso de sus 64 años.


►Esta historia aquí sucintamente resumida es contada y documentada en detalle por Plácido González, en una entrega más de los trabajos y estudios que realiza en su página www.losmitosdeltoro.com, cuyo texto íntegro encontrará el lector en el adjunto documento en formato PDF.


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