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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

viernes, 3 de marzo de 2017

El recuerdo de Montolíu es alargado / por Paco Delgado



Y así, vestido de verde oliva y azabache, subió al cielo y entró en el Olimpo de la tauromaquia, convertido en mito y su nombre venerado ya para siempre como un torero de leyenda. Un torero cuya memoria es tan alargada como imborrable su recuerdo.


 El recuerdo de Montolíu es alargado

E intenso, profundo, potente… tanto que un cuarto de siglo después de su trágica muerte en Sevilla, su figura sigue despertando admiración.

Y hasta la propia feria de fallas gira en torno a su recuerdo y servirá de homenaje a la figura de este Manolo Montolíu cuya leyenda se agranda con el tiempo. Un tributo que arranca desde el cartel anunciador de la feria, en el que la imagen central del mismo es la del gran torero valenciano, en una de sus inconfundibles y características poses banderilleras, y que se extiende a lo largo de toda la cartelería y publicidad que se ha hecho de la feria así como en la decoración exterior del propio coso de Monleón, en cuya fachada se exhiben grandes lonas con varios de los principales toreros de plata de la actualidad, en clara alusión a la influencia ejercida por la singularidad de Montolíu en las generaciones posteriores. Ya el día uno de marzo hubo un acto en el Ateneo Mercantil de Valencia en el que, con la presencia de, entre otros, José Ortega Cano, presente en el cartel de aquel infausto 1 de mayo de 1992, El Soro, el primer diestro a cuyas órdenes se puso Montolíu, Martín Recio, compañero y amigo durante tantos años, y sus hijos, José Manuel y Antonio, grandes profesionales también los dos y que han honrado el apellido y la memoria paterna, se le recordó en este aniversario.

Fue la suya una personalidad arrolladora, tremenda, irresistible. Hijo del que fuera grandísimo picador Manuel Calvo “Montolíu” -que entre otros picó para Pedrés, Antonio Ordóñez, Manolo Vázquez, Julio Aparicio, Litri, Gregorio Sánchez, Miguelín o César Girón, ahí es nada…-, pronto se sintió atraído por el mundillo taurino y tras su etapa sin caballos, debutó con picadores en 1973, permaneciendo en este escalafón -en el que se anunció con diversos nombres: Montolíu, Manuel Calvo, Manolo Bonichón…- hasta 1979. Al año siguiente, y considerando de forma inteligente que vestido con trajes bordados en oro su camino no llegaba muy lejos, dio un paso atrás y se enroló en la cuadrilla de un chaval que tenía revolucionada a la afición valenciana: Vicente Ruiz “El Soro”. Con él emergió su don y se descubrió a un fenomenal subalterno, eficaz, capaz y dispuesto y, sobre todo, a un banderillero excepcional.

De la cuadrilla de El Soro pasó a la de Paco Ojeda, en la que coincide con Martín Recio y se convierte en uno de los toreros de plata de mayor prestigio del momento. Un reconocimiento que alcanza su apogeo años más tarde, ya con Antoñete, cuando se lleva los premios de todas las ferias en las que actúa, que son muchas. Aquello le sirvió de trampolín para intentar de nuevo la aventura de ser matador, lo que consigue en 1986, cuando Julio Robles, en presencia de Espartaco, le da la alternativa en Castellón. No cuaja, sin embargo, la historia y retorna a las filas del peonaje.

Víctor Méndez, Litri y otra vez El Soro son los diestros a cuyas órdenes vuelve a demostrar que era uno de los más grandes. Y después de una temporada en la que apodera y ayuda a varios novilleros, le llega la oportunidad de entrar en la cuadrilla de José María Manzanares, tras el que hace el paseíllo el primero de mayo de 1992 en la Maestranza sevillana, en cuyos toriles esperaba un toro de Atanasio que le parte el corazón al intentar poner el primer par de banderillas. Ese par que, aprendido de Paco Honrubia -otro grande- había perfeccionado y patentado; singular, único, propio y tan intransferible que se lo llevó con él ante la mirada atónita de millones de aficionados que veían la corrida por televisión.

Y así, vestido de verde oliva y azabache, subió al cielo y entró en el Olimpo de la tauromaquia, convertido en mito y su nombre venerado ya para siempre como un torero de leyenda. Un torero cuya memoria es tan alargada como imborrable su recuerdo.


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