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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 19 de marzo de 2017

Juan José Padilla: «No concibo la vida ni el toreo sin la fe religiosa» / por Andrés Amorós


Juan José Padilla muestra las medallas que besa antes de cada faena
Fotografía - Míkel Ponce

Una semana después de sus dos graves cornadas en Valencia, el Ciclón de Jerez reaparece este domingo en la Feria de la Magdalena de Castellón

Juan José Padilla: 
«No concibo la vida ni el toreo sin la fe religiosa»


ANDRÉS AMORÓS - Valencia
En el Hospital Casa de Salud de Valencia me recibe, antes de abandonar el centro, el diestroJuan José Padilla, que el pasado domingo sufrió dos cornadas graves, en el comienzo de la Feria de Fallas. Al sentarse, elige un sitio para ver y oír bien. Ante todo, le pregunto cómo está.

–Bastante mejor. He dormido, despertándome bastante, pero sin dolores. Todavía estoy recibiendo por vía venosa antibióticos y analgésicos, para evitar posibles complicaciones, pero me están retirando ya los drenajes.

–¿Cómo fue el percance?

–El toro no parecía tener mucho peligro, porque pasaba, pero era muy mirón, sabía dónde estaba yo y me había avisado ya, con un arreón, cuando comencé de rodillas. Intenté llevarlo muy embebido en la muleta pero, en uno de los derechazos, cambió el recorrido y fue directamente al muslo: sentí que me había calado.

¬–Luego, hizo por usted, fueron momentos muy dramáticos.

–Me cogió por la espalda y me zarandeó fuerte, con rabia. Noté un dolor fuerte, en el pecho.

–Fueron dos cornadas diferentes.

–Sí, una en el muslo derecho, con dos trayectorias, de 15 y 20 centímetros, que llega hasta el triángulo de Scarpa. Otra, en la axila, hacia dentro.

«La mano de Dios estuvo encima, una vez más, para ayudarme»

–Pudo haber sido mucho peor.

–Sin duda: cambió la trayectoria y bordeó el pulmón y el corazón, sin romper ningún vaso importante. Como he dicho, la mano de Dios estuvo encima, una vez más, para ayudarme.

–Continuó toreando, con un torniquete en la pierna, hasta que mató al toro y se fue, por su propio pie a la enfermería.

–Me sentía con fuerzas para hacerlo. En ese momento, no sentía dolor sino compromiso: el respeto al público, el amor propio, la ilusión por estar en la primera gran Feria.

–Incluso fue usted el que tranquilizó a los que le asistieron.

–Ésa es mi obligación: ser honrado, sin victimismos. Ellos sólo sabían lo del muslo. No quise decir nada del pecho: si no, no me hubieran dejado seguir.

–Le estaba viendo torear su hija Paloma, que tiene 13 años.

–Ella está muy concienciada de lo que puede pasar, es fuerte. Aguantó en el tendido hasta que cayó el toro; entonces, fue a la enfermería, con mi cuadrilla. Ella es la que llamó por teléfono, para tranquilizarla, a su madre, que estaba con Martín, mi otro hijo: a él no le gusta ir a la Plaza.

«No soy ningún inconsciente: si toreo es porque sé que puedo»

–¿Cuándo va a reaparecer?

–Este domingo en Castellón. Tengo capacidad, me encuentro con facultades; llego, de la pretemporada, con mucha fuerza, aunque unos días de cama, por bien que me hayan tratado, siempre te merman. Pero estoy deseando salir y volver a torear.

–La terrible cornada de Zaragoza fue en octubre del 2011; la reaparición, en Olivenza, seis meses después, en marzo del 2012, sorprendió a todos.

–Cuando lo anuncié, en Sevilla, creían que había convocado a la prensa para comunicar mi retirada.

–La recuperación debió de ser muy dura.

Además del ojo, había perdido el equilibrio y la audición. Hice muchas pruebas, sirviendo agua en un vaso, sin problemas. Mis hermanos probaron a torear, cerrando un ojo, y no medían las distancias. Recuerdo que usted me lo preguntó, antes de la reaparición, y le tranquilicé. Más me ha costado el tema del oído, como si «tuviera la radio, todo el día», pero, gracias a los doctores García Perla y Esteban, ya estoy al 50% de la audición, no se ha producido fibrosis en el oído y ya no me retumba mi propia voz, que era algo muy molesto.

–¿Cuántas operaciones quirúrgicas ha sufrido, por esa cornada?

–Más de 20: en el ojo, en la mandíbula, en los nervios de la lengua.

«Mi hija aguantó en el tendido hasta que cayó el toro, luego bajó a la enfermería y llamó por teléfono a su madre para tranquilizarla»

–Muchas de ellas, en plena temporada, entre corrida y corrida. ¿Cómo puede hacerse algo así?

–No soy un inconsciente. El maestro Rafael Ortega me enseñó a respetar al público y a respetar mi profesión. Toreo porque sé que puedo hacerlo, realizando las suertes que mi personalidad artística exige.

–¿Cuántas cornadas lleva, en su carrera?

–Con éstas dos, 38.

–¿No se le vacía el deposito del valor?

–¡En absoluto! No he llegado todavía ni a medio depósito. Me siento feliz, ilusionado por seguir avanzando, en mi profesión. Nunca he pedido compasión: que los públicos me exijan me ayuda a superarme.

–Desde la reaparición, ¿cuántas corridas ha toreado?

Cerca de 500. Y ha sido después de ese percance cuando he ocupado, dos años, la cumbre del escalafón, he indultado el toro de México, he alternado con las figuras, he abierto la Puerta del Príncipe…

—Esto último ha debido de ser la cumbre de su carrera. Muchos grandes toreros se retiran, sin haberlo conseguido.

—Es verdad: Dios me ha recompensado con metas que parecían inalcanzables. Siempre soñaba con eso. Era un día de lluvia, temíamos que el albero estuviera embarrado, pero yo tenía esperanzas; de hecho, llamé a mi padre, que no quería acudir, y le dije una de esas cosas que a veces decimos: ‘Si no vienes, te vas a perder contemplar como abro la Puerta del Príncipe’.

—Sí fue, al final.

—¡Claro que sí! Le corté la oreja al primer toro y el segundo de Fuente Ymbro tenía mucha transmisión, lo que yo necesitaba. Yo puse toda mi entrega. Cuando empezó a tocar la estupenda Banda de música, me dije: ‘Ya no puedes bajar el tono ni un milímetro’. Me sentí plenamente feliz y orgulloso. Al atravesar, en hombros, la Puerta del Príncipe, iba disfrutando de la vista del río cuando escuché una voz: ‘¡Aquí estoy!’ Era mi hijo Martín, que estaba allí, esperándome…

¿Qué consecuencias ha sacado de eso?

—Que el sufrimiento forma parte de la gloria; que debemos luchar por nuestros sueños, para que los sueños se cumplan.

—Después del percance, se ha convertido en un héroe popular.

—No soy ningún héroe, no hago nada que no pueda hacer otra persona. Pero es verdad que he recibido el cariño de muchísima gente. Eso supone una responsabilidad añadida: no quiero fallar a los que confían en mí, intento devolver una parte de lo que recibo.

«Nunca he pedido compasión: que los públicos me exijan me ayuda a superarme. Me siento feliz»

—Nació el Pirata, con su bandera negra y su parche, en el ojo.

—Empezó en Pamplona y se ha extendido al mundo entero. Hasta en Guadalajara de México hay una “Peña infantil del Pirata Padilla”. Me entregan su cariño muchísimas personas, incluídos muchos, que no son aficionados a los toros. Ayer mismo, un chico de 12 años, Jorge, me dejó una caja de bombones, en la recepción del Hospital. Le llamé por teléfono, vino con su familia y pasamos, juntos, un rato estupendo.

—Para usted es fundamental la fe religiosa.

—No concibo la vida sin la fe religiosa. Ya lo creía cuando yo era panadero y sigo creyéndolo, como el 90% de los toreros, que son religiosos y practicantes. Voy a Misa con mi familia. Rezo por las mañanas y antes de torear.

—El toreo es una profesión muy dura.

—Es una profesión muy de verdad: se siente, se sufre; a veces, se paga un tributo , se puede morir de verdad (el caso de Víctor Barrio).

—No ha pensado todavía en retirarse.

—No. No he ido a América, este invierno; he tenido una preparación física específica, centrada en mejorar mi capacidad de reacción: me encuentro muy bien. Siento gran ilusión por el triunfo; por gozar, delante del toro.

—Cuando llegue el día de la retirada, ¿a qué se dedicará?

No sé cómo pero intentaré devolver al mundo del toro algo de todo lo que me ha dado. Me apasiona ver torear a mis compañeros, observar el comportamiento del toro, en el campo. Es la pasión que yo he vivido, toda mi vida. Creo firmemente que el mundo del toro me ha aportado importantes valores: te centra, te disciplina…

—Para mucha gente, usted se ha convertido en un ejemplo de lucha; dicho en términos taurinos, de «crecerse en el castigo».

—He tenido la oportunidad de transmitir algo en lo que creo firmemente: merece la pena luchar, no dejarse vencer por las adversidades ni echar la culpa de todo lo que nos pasa a los demás. Hay que aceptar lo que Dios nos manda, con humildad, y disfrutar de todo lo bueno que tenemos, sólo por estar vivos… La vida tiene muchas cosas maravillosas y hay que saber dar gracias a Dios por ellas.

Se levanta y me enseña las cadenas y medallas que están colgadas en la cabecera de su cama: las mismas que Padilla besa, antes de cada una de sus faenas.

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