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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

martes, 11 de abril de 2017

Respeto por la muerte de Carmen Chacón, sí, pero no por lo que representó políticamente en vida


Carmen Chacón junto al entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en una imagen de archivo.


¿Perdonar y olvidar? Ni somos Dios ni tenemos alzheimer


Lo que no podemos ni debemos ignorar, pese al trago amargo de su muerte, son las cosas que se hicieron y en las que ella participó muy activamente, y que a nuestro juicio han convertido nuestra sociedad en un espacio mucho peor que el heredado por ella. De entrada, Carmen Chacón formó parte fundamental del núcleo duro de Zapatero, un periodo de la historia española sobre el que ninguna muerte debería surtir el efecto balsámico de olvidarnos de él.

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Compárese la desigual respuesta que han tenido en las redes sociales las muertes de Rita Barberá y de Carmen Chacón para percibir el ejemplo más claro de cuál es la diferencia entre una sociedad convertida en vertedero, henchida de odio, zafia y fea, carente de valores y principios, y esa otra que, pese a todo, sublima el ideal de vida y hace trascender al mismo tiempo la pobre condición humana. Es la diferencia también entre el futuro que nos aguarda dependiendo de la base humana sobre la que éste se sustente.

La ex ministra socialista Carmen Chacón ha muerto. Desde la inmaculada serenidad y la dignidad que merece la memoria de cualquier fallecido, hay sin embargo que advertir contra la tendencia de los católicos buenistas a resaltar hasta el empalago las teóricas virtudes de cualquier que haya franqueado la línea roja de la muerte, aunque en vida demostrase ser un perfecto canalla. Desconocemos si Carmen Chacón merecería o no tal severísima definición. Dejemos en manos de Dios el correctivo del que se haya hecho acreedora mientras vivió.

Lo que no podemos ni debemos ignorar, pese al trago amargo de su muerte, son las cosas que se hicieron y en las que ella participó muy activamente, y que a nuestro juicio han convertido nuestra sociedad en un espacio mucho peor que el heredado por ella. De entrada, Carmen Chacón formó parte fundamental del núcleo duro de Zapatero, un periodo de la historia española sobre el que ninguna muerte debería surtir el efecto balsámico de olvidarnos de él.

El presidente Rodríguez Zapatero tuvo 17 ministras y ninguna como Carmen Chacón estuvo tan implicada en la gran tarea de demolición social, política, económica y moral que se puso en marcha. Propuestas convertidas luego en leyes, como muchas de las aprobadas entonces, fueron impulsadas directamente por Chacón, cuya visión sectaria y excluyente de la sociedad española la convirtió en imprescindible para Zapatero. Con ella al frente de Defensa hubo purga de los mejores mandos, los más patriotas, los más honorables. Con ella de ministra de Defensa, nombrada para el cargo por el impúdico deseo de Zapatero de ver a una mujer embarazada pasando revista a las tropas, nuestro ejército pasó a convertirse en una ONG de modistillas, con activa presencia internacional, casi siempre para apuntalar los intereses geoestratégicos del mundialismo, sobre todo en Libia y Afganistán. Como consecuencia, se gestó una inquietante paradoja. Lo central (compromiso con la defensa nacional y fidelidad del soldado a lo que España, pese a esta democracia entreguista, representa y es), fue lo menos y lo marginal (el toque distintivo de declararse progre), fue lo de más. Sólo en ese correlato de afinidades marcado por la ideología progre pudo darse el caso de que un tipo tan incalificable como Julio Rodríguez estuviese al frente del JEMAD.

Como muchas de sus excompañeras ministras, Carmen Chacón ya era millonaria cuando su partido dejó el poder tras una aparatosa derrota electoral. Muchas de esas ministras poseían algo en común: acusaciones de corrupción, millonarias subvenciones o regulaciones a empresas que luego les contrataron con escandalosos sueldos, cambios ideológicos radicales y sorprendentes… Confiadas en la impunidad, 12 se quedaron en España. Chacón se marchó inesperadamente a Estados Unidos.

La huida de Carmen Chacón a Miami, donde trabajó en la Universidad que dirige el conocido activista anticastrista Eduardo Padrón, le permitió mantener su sueldo de ex ministra y su fortuna a salvo, además de cobrar 50.000 euros más como profesora. El precio de su escapada no fue demasiado alto para ella: de festejar el 50 aniversario del triunfo de la “Revolución cubana” en la Casa de América de Madrid a tener que adular después a las “Damas de Blanco” o bailar al son de Gloria Stefan, el ídolo de musical de los exiliados.

Cuando Chacón fue ministra de Defensa dio el visto bueno a la residencia de cinco nietos de Fidel Castro en España: Mirta María Castro, que logró plaza de profesora de Matemáticas en la Universidad de Sevilla, fue la primera de ellas. Casada con el también profesor Rafael Espinosa, tiene 3 hijos y el primogénito se llama Fidel Espinosa Castro en honor de su abuelo. El hermano de Mirta, Fidel Antonio Castro, también fue becado por la Fundación Botín y por el Gobierno de Cantabria para estudiar informática en San Sebastián, para lo cual logró valerse de enormes influencias. Por último, el también nieto José Raúl Castro estudió el doctorado en la sede del CIC de Isla de la Cartuja (Sevilla) también con 16.000 euros de beca oficial española. Todos ellos pasaron los inviernos en España y los veranos en Cuba, disfrutando de residencias oficiales u oficiosas del régimen. Por último, otro nieto llamado Guido Castro vivió en Salamanca, donde estableció su residencia y regentó una empresa de informática. Su hermana Lydia Amalia Castro también fue becada por el Gobierno de España en el Centro de Estudios de la Real Academia Española de la Lengua en Madrid.

No nos olvidamos tampoco de la Carmen Chacón con mando en plaza dentro del socialismo catalán durante la barrosa etapa del tripartito, preludio del lodazal separatista que nos anega a diario. Ni tampoco de “menudencias” tales como las manifestaciones del exalcalde socialista de La Coruña, el católico Francisco Vázquez, acusando a la abortista Chacón de vetarle para el cargo dada su acendrada defensa de la vida. Ni de cómo la empresa de su marido, Miguel Ángel Barroso, ganó el concurso publicitario de Loterías y Apuestas. Ni de que otra vez su consorte fuese denunciado por salir beneficiado con la adjudicación de un contrato del servicio de información de la Dirección General de Reclutamiento y Enseñanza Militar cuyo coste alcanzó los 394.307 euros. Ni de sus obsesiones guerracivilistas. Ni de que la ideología de género, con todo el cúmulo de suicidios y arbitrariedades judiciales, la tuviese como una de sus más ardientes defensoras. Ni de su participación directa en las turbias primarias de su partido, con ella de perejil de todas las salsas.

Pero sobre todo, el respetuoso acogimiento de la muerte no debería hacernos olvidar que Carmen Chacón formó parte de un Gobierno que dejó al país patas arriba y a la economía patas abajo, con cinco millones de españoles recorriendo a las ayudas sociales.

Ese Gobierno de indigentes intelectuales y morales, que en la hoy fallecida tuvo una de sus más sólidas columnas y a uno de sus más proclamados iconos, sembró la nación de pobres morales y materiales, de sombras humanas con apego sólo al instinto; instaló telarañas mentales en los jóvenes; esterilizó la cultura poniéndola al servicio de sus innobles ideales; enfrentó a hijos contra padres, a españoles de una idea contra españoles de otra, a mujeres contra hombres; promocionó a la chusma y degradó a los excelentes; llenó nuestras calles de ilegales; fomentó el odio a los católicos; encenegó la enseñanza y el modelo tradicional de familia; envenenó tanto las relaciones entre españoles que nos puso en la antesala de otro conflicto fratricida; alimentó con subvenciones a las peores hienas de la selva; hizo del ejército una opereta bufa; soterraró los valores y principios que tuviesen algún interés trascendental; exaltó las peores taras del individuo en la telebasura; convirtió las instituciones en un avispero de ilegalidades; denigró las creencias de muchos y confraternizó durante años con los verdugos de la banda terrorista ETA; se arrojó a los brazos de los nacionalistas sin alma e hizo del nuestro un país alimentado por el resentimiento y el guerracivilismo.

Ese Gobierno fue en definitiva una soga en nuestro gaznate que a punto estuvo de cumplir su letal función. Ha muerto Carmen Chacón, una de sus miembras, según la discutida definición de Leire Pajín. Respetamos su muerte, pero no lo que representó políticamente mientras permaneció con vida. Incluso pedimos a Dios que tenga la indulgencia de la que ella careció con los españoles que no pensaban igual o a los que nunca se les dio el mismo derecho a nacer que Carmen Chacón en cambio sí tuvo.

¿Perdonar y olvidar? Ni somos Dios ni tenemos alzheimer.

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