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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

domingo, 2 de julio de 2017

GREGORIO TAMBIEN FUE MI MAESTRO / por EL HOMBRE TRANQUILO



Su labor incansable en beneficio de sus compañeros del Montepío de Toreros y de cuantas causas benéficas se le planteaban, motivó la concesión al excelentísimo señor don Gregorio Lozano Sánchez (que ése era su verdadero nombre) de la Gran Cruz de Beneficencia, y por su labor en los ruedos mereció el galardón de un azulejo en la Monumental de las Ventas. "¡A la Fiesta le hacen falta muchos Gregorios!", comentó en voz alta uno de los presentes en el acto.


GREGORIO TAMBIEN FUE MI MAESTRO


EL HOMBRE TRANQUILO
Córdoba, 2 de Julio de 2012
Gregorio Sánchez, como profesor de la Escuela Taurina de Madrid, fue
maestro de Joselito, El Fundi, Bote, Lucio Sandin, Uceda Leal, Luis Miguel Encabo y Cristina Sánchez, en la que siempre creyó, y otros muchos grandes toreros; por ejemplo, ya en el terreno de la admiración encendida, de El Juli niño, en quien veía Gregorio una figura del toreo de 12 años. 

Pero Gregorio Sánchez tuvo también otros discípulos que, si bien no fuimos alumnos de la Escuela, sentimos la llamada de la Fiesta viéndolo torear siendo niños. El más preclaro de estos alumnos "de tendido" es Rafael de Paula, que decidió ser torero cuando lo vio triunfar arrolladoramente en Jerez. Otro de esos niños que accedieron a la afición a través de las actuaciones de Gregorio Sánchez ha resultado ser Ricardo Diaz Manresa, a quien leo desde hace tantos años, y que ahora es magnífico articulista en estas páginas digitales. Y el tercer alumno desde el tendido habría sido yo mismo, admirador de Gregorio desde que le vi cosechar en un festival en la Plaza Vieja de Córdoba dos orejas, rabo ¡y pata!, trofeo este ahora imposible, pero que para aquellos públicos de los años 50 y 60 - poco ilustrados, pero aficionadísimos, que celebraban los trofeos tanto como el propio toreo - era como ver colmada su ilusión por el triunfo de los diestros. Gregorio repitió en la misma plaza dicho trofeo en una tarde memorable con Antonio Ordóñez y Chamaco, más Josechu Pérez de Mendoza; pero fue en septiembre y no hubo trofeo Manolete. Esta sucesión de triunfos durante mi infancia y adolescencia hizo que fuera el primer torero del que fui partidario. Le vi torear en muchas ocasiones en Córdoba, así como en Málaga y hasta en Sevilla. Tenía Gregorio enorme cartel en Andalucía, y en Jaén, incluso una Peña que le seguía por toda la región. 

TOREO SOBRIO COMO SU TIERRA TOLEDANA

¿Cómo era el toreo de Gregorio Sánchez para provocar el general entusiasmo? Pues era extraordinario en verónicas, delantales y remates de medias verónicas y revoleras, que ejecutaba con inmensa torería. Como director de lidia fue un verdadero maestro, incluso bregando en el tercio de banderillas si el toro era dificultoso Cuenta Benjamín Bentura que no conforme con un cambio de tercio precipitado, Gregorio tomó al caballo de las bridas, lo condujo a la raya, llevó después al toro a la suerte, y allí tomé el puyazo que se había dejado atrás el presidente. Aunque no fue matador-banderillero, dominaba la suerte, y al final de su carrera la practicaba de tanto en tanto, llegando a ofrecer los palos a sus compañeros, como recordarán José María Montilla y El Pireo. Era personalismo

en las dobladas con las que iniciaba la faena para restarle poder al toro en la muleta. (No ha sido errata: he escrito que se doblaba para "restarle poder" al toro para poder torearle de muleta). Decían que Gregorio recordaba a Domingo Ortega. Yo no logré encontrar ese parecido; para empezar, el fuerte de Gregorio era la zurda, que no fue precisamente la especialidad del maestro de Borox. Como muchos toreros grandes - empezando por Manolete y Pepe Luis, y siguiendo por Antoñete, Paco Camino y El Viti -, Gregorio podía más con la zurda que con la diestra. Sus naturales eran templadísimos, largos, con la mano baja y una gran armonía en la figura. Sus pases de pecho estaban dotados de especial gallardía, eso que Cañabate llamaba "majeza". Recuerdo que solía desprenderse de la espada para torear al natural con la mayor pureza. Parco en adornos, solía rematar con redondos de vuelta entera, pases de la firma y trincheras, o por giraldillas o manoletinas. Sus estocadas eran canónicas. Sus triunfos se contaban por actuaciones en sus primeros años. El más sonado sucedió en Las Ventas al estoquear seis toros de Barcial (los espectaculares "patas blancas"), consiguiendo siete orejas y despachado la corrida en una hora y quince minutos. Actuó esa tarde gratuitamente - igual que en muchas otras - a beneficio del Montepío de Toreros, que él presidía. Diez veces abrió Gregorio la Puerta Grande de Las Ventas, pero no supieron - ni supo - administrar ese enorme capital artístico. Como además sus últimas temporadas fueron decepcionantes, todo desembocó en una deslucida retirada en las propias Ventas, en la que el público le pitó, olvidando las diez veces que le había sacado entre un oleaje de cabezas y brazos enardecidos.

Acompañaba a sus alumnos por toda España mientras toreaban sin picadores. Le recuerdo en Córdoba jaleando a sus chicos con su vozarrón de hombre bueno, y animando luego al público a pedir las orejas. Curiosamente, nunca le llamó la atención convertirse en apoderado. No servía para decirle a un torero: "¡Échatela a la zurda!" mientras él se estaba fumando un puro. 

Gran Corrida de Beneficencia, Luis Segura, Gregorio Sánchez, Francisco Franco, Jefe de Estado, y Curro Girón.

DE HUERFANO DE POSTGUERRA A CONDECORADO CON LA CRUZ DE BENEFICENCIA

Si grande fue como torero, como persona el caso de Gregorio es único: un canto a la reconciliación. Hijo de combatiente republicano fusilado, fue criado por su madre en un hogar de diez hermanos sin ingresos del cabeza de familia. La mayor parte de los hermanos murieron siendo jóvenes. Gregorio trabajó desde niño en cuantos empleos encontraba, desde el campo a la construcción. La filosofía de Gregorio, como la de la inmensa mayoría de los españoles de aquella época, no fue la del odio y el rencor, sino la del olvido y el trabajo tenaz, en su caso, el de lidiador de reses bravas. Su triunfo, unido a su vitalismo y al cariño de todos los públicos de España, le convirtieron en un hombre querido por derechas e izquierdas, un caballero del pueblo que reía a carcajadas sus propias "salidas" llenas de humor de campesino manchego. Manoletista como todos los toreros de su generación, fue amigo de todos los que vinieron después, aunque sentía predilección por el maestro Pepe Luis Vázquez, al que llegó a sacar a hombros nada menos que del Salón de Grados de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense, donde se había rendido un homenaje de la Universidad española al toreo en la figura del Sócrates de San Bernardo. Gregorio se emocionó y no se anduvo con chiquitas: a hombros por el claustro. Que lo cuente Victoriano Valencia, que fue otro de los costaleros.

Su labor incansable en beneficio de sus compañeros del Montepío de Toreros y de cuantas causas benéficas se le planteaban, motivó la concesión al excelentísimo señor don Gregorio Lozano Sánchez (que ése era su verdadero nombre) de la Gran Cruz de Beneficencia, y por su labor en los ruedos mereció el galardón de un azulejo en la Monumental de las Ventas. "¡A la Fiesta le hacen falta muchos Gregorios!", comentó en voz alta uno de los presentes en el acto.

LA ULTIMA LECCION, EN LA MAESTRANZA

Pero decía al principio que yo aprendí a ver toros en la Plaza de los Tejares de Córdoba. Hubo temporada en la que Gregorio llegó a actuar entre corridas y festivales cuatro tardes. En mi aprendizaje taurino, la sabiduría desde el tendido la ponía mi abuelo, que me llevaba de la mano a los toros; pero las imágenes desde el ruedo las ponía Gregorio Sanchez con su toreo y su lidia canónicos, sus estocadas y su bravura. Por eso me atrevo a decir que Gregorio Sánchez, maestro de tantos toreros, fue también mi maestro.


En 1984 asistí a su última lección. La dictó en Sevilla, en un festival a beneficio de "Manolín", cabestrero de la Maestranza que había estado a punto de morir corneado por un toro devuelto a Curro Romero. Gregorio Sánchez quería despedirse de los ruedos borrando el mal sabor de la tarde venteña en la que pintaron bastos. En Sevilla, en cambio, pudimos sentir las notas del Gaudeamus igitur (alegrémonos todos) que se merecía el catedrático don Gregorio Sánchez.Qué lances y quite, qué naturales y qué estocada. Un derroche de torería, valor y arte. Un maestro. La oreja fue el premio taurino; pero el premio de verdad fue que el ruedo de la Maestranza se convirtiera en un paraninfo de arcos y albero, en el que parecía oírse repetir a cada suerte: "Decíamos ayer..."

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