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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

jueves, 9 de noviembre de 2017

España libre / por Luis Felipe Utrera-Molina Gómez



Si yo fuese un español libre y no temiera ser condenado ad perpetuam al exilio interior por los cansinos voceros de la impostada moderación y la componenda, pediría la supresión del Estatuto de autonomía en aquellas comunidades o regiones en las que no estuviera suficientemente garantizada la lealtad a España y a su unidad territorial.

España libre

Si yo fuera un hombre verdaderamente libre , proclamaría, sin temor a ser tachado de fascista o cavernícola y ser excluido de la impostada corrección política, que el origen de la gravísima situación a la que se ha llegado en Cataluña está en los vicios del llamado “consenso constitucional” de la transición que posibilitaron la nefasta redacción del artículo 2 de la Constitución y el modelo de organización territorial del Estado reflejado en el Título VIII de la Carta Magna.

Si yo fuese un español libre y no temiera ser condenado ad perpetuam al exilio interior por los cansinos voceros de la impostada moderación y la componenda, pediría la supresión del Estatuto de autonomía en aquellas comunidades o regiones en las que no estuviera suficientemente garantizada la lealtad a España y a su unidad territorial. Porque la descentralización administrativa debe servir para acercar el Estado a los ciudadanos y no para alejar a éstos de su nación, crear naciones inexistentes y centrifugar para siempre el Estado nacional.

Si yo fuese libre y no esperara las represalias de sectarios e intolerantes y el azoramiento de los blanditos, exigiría que se respetase mi derecho constitucional a utilizar la lengua española en todo el territorio nacional, a dirigirme a todos los tribunales y administraciones autonómicas y municipales en español y a que se me conteste en dicha lengua oficial común de todos los españoles. En definitiva, a sentirme igual de español en todos los rincones de mi patria.

Si yo fuera verdaderamente libre o tuviera una Constitución como la de la República Federal Alemana, exigiría la inmediata ilegalización de todos aquellos partidos políticos y organizaciones que propugnen la secesión e inciten al odio a España y a sus instituciones y señalaría con el dedo acusatorio a todos los políticos y gobernantes que desde hace cuarenta años han mirado para otro lado por intereses electorales cortoplacistas, mientras los genios de la disgregación urdían cuidadosamente sus planes para destruir nuestra vieja y gloriosa unidad mediante la manipulación de la historia común y el adoctrinamiento de los niños en las escuelas.

Si hubiera en España políticos libres que no vivieran atenazados por el cálculo electoral, reclamarían sin complejos la reasunción por el Estado de las competencias de educación y seguridad en todo el territorio nacional y establecerían un plan de choque para españolizar a todos los ciudadanos españoles, porque hoy más que nunca es vital que todos conozcan la verdad de nuestra doliente y gloriosa historia, con sus luces y sus sombras y puedan sentir el legítimo orgullo de ser español. Hora es ya de destapar las mentiras que durante décadas han difundido impunemente los nacionalistas vascos, catalanes, gallegos, valencianos y baleares para extirpar de niños y mayores el sentimiento de pertenencia a la nación española.

Si España no viviese bajo el imperio de la corrección política, podríamos reivindicar sin complejos aquella frase escrita por José Antonio Primo de Rivera hace 83 años advirtiendo que “sin la presencia de la fe en un destino común, todo se disuelve en comarcas nativas, en sabores y colores locales”

Pero de nada sirve mortificarnos lamentando los errores del pasado sin proponer soluciones de futuro. España hace tiempo que renunció a una empresa colectiva reafirmando su condición de nación más antigua de Europa y al tiempo, de referente cultural, histórico y evangelizador para Hispanoamérica. Aquí seguimos rumiando las leyendas negras inventadas por Antonio Pérez y Guillermo de Orange y se cuentan por miles los estúpidos que califican de genocidas a los conquistadores españoles para guasa de nuestros vecinos franceses que, para más inri, disfrutan cada vez más de nuestra fiesta nacional mientras nosotros no somos capaces de protegerla de los ataques de tanto descerebrado. Aquí seguimos subvencionando películas ordinarias y sectarias sobre la guerra civil y ridiculizando a los héroes de Baler, en lugar de llevar al cine epopeyas como la de Blas de Lezo, Hernán Cortés, Guzmán del Bueno o Moscardó, conocidas en el mundo entero menos aquí, porque el patriotismo, de ser una noble virtud se ha convertido en rancio baldón propio de carcas o fachas. Y, por supuesto, seguimos bajo la estúpida engañifa de la multiculturalidad renunciando a la reivindicación de las raíces cristianas de nuestra civilización.

España está huérfana de referentes del patriotismo, porque merced a la saña de unos y a la cobardía de otros, se está borrando la huella de insignes intelectuales españoles que, como Ramiro de Maeztu, Unamuno, Ortega o Marañón se mostraron en abierta rebeldía contra la decadencia de una España que navegaba sin rumbo a la deriva de su propia destrucción. Una España a la que amaban porque no les gustaba, con afán de perfección.

Si en España triunfa algún día la verdad sobre la mentira, y se abre paso la verdadera libertad, reflexiones como éstas se escucharán y debatirán sin complejos en unas Cortes convertidas hoy, por diputados de la izquierda radical y de los partidos separatistas, en un patio de Monipodio en el que se miente con contumacia, se insulta impunemente a España, y se falta clamorosamente el respeto a quienes pagamos con nuestro esfuerzo diario un sueldo que no merecen cobrar, ni ellos, ni quienes con su cobardía han colocado a nuestra patria a los pies de los caballos.

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