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Pepe Bienvenida / La suerte suprema

sábado, 16 de diciembre de 2017

A vueltas con José Tomás / por Juan Miguel Núñez


José Tomás en la corrida Guadalupana en la México

 ..al fin y al cabo torear es dooo-mi-naaar. El dominio sobre el bravo animal sin más artificio que el talento.

Es ahí donde le quiero ver a Tomás, frente a Ponce, en la competencia que tiene pendiente. Y no digo tienen, si no tiene, porque el deudor es el de Galapagar, el que huye. 

Qué buen torero es José Tomás, no obstante, en el video de su última actuación en Insurgentes se le ve algo más aliviado de lo que acostumbra en la interpretación. Pues no hay que olvidar que su fama viene más que nada de su arrojo, de los terrenos a veces extremadamente comprometidos que pisa, o mejor, pisaba. Y ahora ya ni por asomo. Claro que también es verdad que en esta ocasión, su toreo de menor ajuste ha ganado en limpieza. Aunque hay que entender que eso es consustancial a todos, los de ahora y los de antes, sobre todo cuando se tiene ya una edad y en el caso de Tomás también un rosario de cornadas que le tambalean a uno el ánimo (lo que llaman el valor), pues los toreros, todos sin excepción, son humanos, y a ese carácter hay que apelar para entender muchos comportamientos.

Buen torero Tomás, insisto, muy buen torero. Pero sin competencia, o con la única competencia que significa la suya propia, es decir, una rivalidad un tanto ficticia.

Y de ahí que siendo tan buen torero, esté todavía lejos del apelativo de gran. Ahí no llega, se pongan como se pongan sus apasionados partidarios y fieles seguidores.

Tomás no es lo grande que sueñan los suyos porque no acepta el reto definitivo de vérselas en el ruedo con el que realmente manda en el toro. Ya sabes que me estoy refiriendo a Enrique Ponce, cuya tauromaquia es el mejor compendio de lo que se considera el dominio, una facultad en su caso acompañada de la estética y la destreza, la firmeza y el empaque, la buena compostura y donosura, cualidades que atesora como algo muy propio del sello de privilegiado que Dios le ha dado. Es eso lo que habría que considerar, la divina amalgama que desemboca en el valor natural, nada ficticio, tan intrínseco y esencial en el estilo, el carácter y la personalidad de Ponce. Que al fin y al cabo torear es dooo-mi-naaar. El dominio sobre el bravo animal sin más artificio que el talento.


Es ahí donde le quiero ver a Tomás, frente a Ponce, en la competencia que tiene pendiente. Y no digo tienen, si no tiene, porque el deudor es el de Galapagar, el que huye. 

De una vez por todas, y como le escuché decir en cierta ocasión al torero gallego Hilario Taboada, qué oportunidad se está perdiendo para haber incluido en la historia del toreo la página de "la edad de platino" que firmarían ambos. Lástima que José Tomás no esté tan seguro.

Juan Miguel Núñez
Periodista


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